Tus platos llevan mucho verde. ¿A qué se debe?
Es una buena pregunta. La razón principal es que me encanta redescubrir ese color cada primavera, después de haberlo echado de menos durante los meses de invierno. Para mí, el color verde representa el espíritu de un plato: puede ser el único color presente. Representa las hojas y la vida misma. Está muy ligado a un sabor, al herbáceo, pero es a la vez alegre, regenerador.
¿Podrías describir la composición de tus platos en función de sus colores, pero también de sus texturas?
Hay muchas maneras de verlo, pero para mí lo principal, lo que le da al plato su razón de ser, es el marco aromático. Es lo que narra la historia de los ingredientes. Luego está la textura, es decir, la manera en que los elementos —los ingredientes— interactúan entre sí. La elaboración también influye y, por último, la presentación da carácter al plato. La idea es que estos elementos juntos conformen el sabor y —espero, es lo que siempre esperamos— trasmitan una emoción.
¿Podrías ilustrar este proceso reflexivo con un plato que figure actualmente en alguno de tus menús?
En ese sentido tal vez pueda mencionar uno de nuestros platos más emblemáticos, el berlingot, que es un ejemplo de mis platos actuales. Yo lo llamo «Verdeur fondante» —el nombre de mis platos a menudo suena como un haiku dedicado a ellos—. Fue concebido como un reto: quería crear un dumpling a base de queso con una forma un poco diferente a las que conocía o existían en aquella época. Me fascinaban los berlingots, que son unos dulces típicos de la ciudad de Carpentras, en Francia. Así nació ese plato, casi de forma intuitiva.